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Humanística Psíquica humana

¿Es posible un estado sin ego?

Reflexiones sobre el egoísmo

Tratar de comprender el egoísmo que nos embarga a la mayoría, requiere realizar un trabajo de introspección muy hondo, en uno mismo, pues salvo raras excepciones, la cultura planetaria se centra obstinadamente en potenciarlo y exaltarlo. El egoísmo es una cualidad inoculada e incrustada desde la niñez, sino desde el útero materno, e incluso desde la herencia a través de los genes. Más adelante la cultura lo solidifica institucionalizándolo. Así, al tratarse de un aspecto humano que sólo puede dilucidarse estudiándolo cómo actúa en uno interiormente, no creo que nos sirva de mucho averiguar qué han dicho otros sobre esta lacra, ya que más bien hay que descubrirlo como si fuera algo nuevo que miramos por primera vez en la vida. No en vano el egoísmo es algo que se arrastra con la cultura desde no se sabe bien cuánto tiempo atrás en nuestra “evolución” humana. O sea, esto implica observar toda esta cuestión del egoísmo sin recuerdos acumulados. Ver el hecho de lo que tal comportamiento supone y significa, en uno mismo, y no repetir cualquier cosa que hayamos oído al respecto.

Terminar con el ego
Vídeo YouTube – Terminar con el ego – J. Krishnamurti

Ante todo hemos de comprender en qué consiste el egoísmo, que a su vez será una manera de definirlo. La palabra egoísmo se deriva de la palabra ego, con lo cual estamos señalando que la psique de la persona se encuentra atrapada en un estado egocéntrico. Es una mente que únicamente da vueltas alrededor de sí misma, midiendo de continuo sólamente lo que a ella le afecta, ajena por completo a lo que a las otras personas les sucede. Exceptuando las ocasiones en que preocuparse por los demás puede reportarle beneficios. De lo contrario lo aceptado moralmente correcto es que cada uno “vaya a lo suyo”, y no preste atención a los otros. Este comportamiento es el que se aprende en la familia, en la escuela, en la universidad y así sucesivamente se va desplegando en todos los demás órdenes de la convivencia. Aún cuando uno se imagina para sí mismo un tipo de relación más significativa con algunos, pero conjuntamente lo que impera y ocurre de hecho es: el egoísmo.

Eduardo Garzón: «Tonto será aquel que no aproveche una oportunidad para beneficiarse a costa de otros, si tiene esa oportunidad.»

Uno de los grandes problemas a la hora de entender el gran absurdo en el que los humanos estamos anclados, psicológicamente hablando, es que ya no nos podemos comparar a las otras especies para sacar agua clara de nosotros mismos, puesto que los humanos hemos de bregar con el pensamiento y el conocimiento, que implican un enorme baluarte de cultura amasada durante muchos siglos y autofabricada cada vez en mayor medida. El resto de especies responden a lo que la inteligencia natural ha ido aprendiendo y desarrollando. Nosotros los humanos respondemos a un crítico conflicto entre el corazón y el intelecto, que todavía no hemos resuelto, siempre en espera de solucionarlo en el futuro, algún día. Pero mientras tanto, preferimos vivir una vida de competencia, que es resultado directo del egoísmo. «Triunfo cuando otros fracasan».

Si lo observamos de cerca, esto se hace muy curioso a la vez que sorprendente. Durante incontables generaciones se educa a la egolatría, que implica competencia y supremacía sobre los otros a cualquier coste. La autorrealización propia es el motor que nos impulsa. Hemos sido educados bajo este esquema antes de que pudiéramos cuestionárnoslo. Esto es un hecho. Sin embargo, paralelamente, también nos hemos ido inoculando el ideal de lo contrario, la atención y generosidad con los otros. El hecho es que producimos un mundo cruel con nuestro comportamiento, pero soñando en que podríamos ser buenos.

Eduardo Garzón: «Los biólogos han puesto un gran énfasis en señalar… al tiempo que los etólogos han subrayado que en la naturaleza animal son… »

La ciencia podría ser un buen trampolín y una ayuda hasta cierto punto para contribuir a ordenar definitivamente el caótico estado del ser humano, pero la mayoría de científicos trabajan para el estado egolátrico, para la jerarquía psíquica, y creen fervorosamente en la grandeza y en la pequeñez humana. Les impulsa su triunfo propio, aunque lo adornen con pretendidos sentimientos de contribución y salvaguarda ajena. Los raros casos de científicos que hacen converger la ciencia en cómo ella debe abrir la mente del ser humano a nuevos y desconocidos enfoques del comportamiento interno y social, son amagados sino extirpados, no sólo por los que se aprovechan y benefician del desorden y el expolio, sino por la propia sociedad que somos dirigidos como sonámbulos durmientes que engullimos en el cerebro todo lo que la cultura nos arroja dentro.

Eduardo Garzón: «Los seres vivos se agrupan básicamente para encontrar respuestas y soluciones a problemas con los que no es posible enfrentarse eficazmente de manera individual y aislada

Porque cuando uno lo mira, esto que hemos dado en llamar la creación, el inmensurable cosmos con sus infinitos multiuniversos, su fantástica y agitada danza ordenándose en base a insospechadas partituras matemáticas, todo ello para producir algo muchísimo más complejo y maravilloso, la vida; una extraordinaria filigrana de complicadas asociaciones atómicas, moleculares, biológicas… lo que se hace patente es que sin cooperación todo esto no estaría ocurriendo. El completo cosmos está cooperando para manifestar esta asombrosa “cosa” que llamamos la vida. Entonces ¿qué sentido tiene el egoísmo, el estado ególatra de la mente humana con la desconocida inteligencia que produce toda esta maravilla?

Eduardo Garzón: «Por lo tanto, el ser humano no es egoísta por naturaleza. Si lo es, es por cultura.»

Podemos entender por cultura una manera de hacer las cosas. También una manera de comprender las relaciones. Una “manera”, que es lo mismo que decir una “forma”. Y esta manera o forma se convierte en una norma, un patrón, un calzador por el que se filtra y se distorsiona la percepción que los humanos podemos llegar a tener de la vida. La práctica habitual y aceptada es responder a la violencia con violencia. El añejo “ojo por ojo”. Alguien dijo, «pon la otra mejilla», pero todos sabemos que eso son sólo palabras. Lo que impera es la fuerza sutil y estudiada, la estratagema, o la fuerza bruta y evidente si esa más disimulada no funciona. Y esta continua agresión del hombre sobre el hombre, está surgiendo del estado ególatra de la psique humana. Estado desde el cual el egoísmo es consecuencia sintomática. Esta es la cultura de la supremacía.

Eduardo Garzón: «…hoy día diversas tendencias de culturas asiáticas promueven ideales de amor antes que de conflicto.»

egoísmo o cooperación
¿Dónde se encuentra la línea «fronteriza» entre el egísmo y el negocio?

Bueno, la bondad no se puede promover, porque debe surgir del interior de uno mismo sin influencia ninguna del entorno. A la competencia y a la guerra se les pueden hacer propaganda, es la imitación inconsciente la que las perpetúa. La bondad no puede imitarse, debe descubrirse dentro. Uno tiene oportunidad de ser bondadoso cuando ha penetrado profundamente en los intersticios complejos de la cultura que se le ha vertido interiormente sin permiso alguno y más bien con abuso y ultraje, y encuentra la dilucidación propia que le aparte de manera natural, por propia comprensión de lo falso, del nefasto comportamiento al que se nos educa: “ser egoístas”. Y colectivamente lo aceptamos como ineludible. Por otro lado, la bondad no puede ser un ideal, porque entonces no sirve para nada. Estamos hablando de estados psíquicos de la mente que se encuentran enquistados en ella, son realmente como virus que operan en el cerebro y el completo organismo, y un mero ideal no puede transformarlos, diluirlos o desvanecerlos. Sólo la completa comprensión de todo este mecanismo psicológico puede hacerlo. Pero obviamente hay que tener muy claro qué significa comprender verdadera y profundamente esta cuestión del “uno mismo”.

Eduardo Garzón: «La solidaridad, la camaradería, el compañerismo, la fraternidad, la cooperación, la colaboración… son muchos de los conceptos…»

Este es el problema, ya que estas acciones que menciona Eduardo, si sólo son conceptos, nada significan. Porque la solidaridad, la camaradería, el compañerismo, la fraternidad, la cooperación, la colaboración…. son cualidades de una mente auténticamente libre, no arrastrada por los deseos y las esperanzas, por el miedo. Pues aunque muy pocos lo vean claramente, el estado ególatra, que proyecta sin más remedio un ego motor dentro de cada cerebro humano, es completamente un estado neurótico. Una mente que sondea para descubrir continuamente lo engañoso del pensamiento y el conocimiento, cuestionando el ego psicológico que ahí se ha formado constantemente prisionero deviniendo en el proceso acumulativo, es la única mente que tiene oportunidad de sanar de esta enfermedad no aceptada como tal en la sociedad de los egos; el estado egolátrico. El intelecto no puede comprender el amor. Lo que él cree que comprende es falso, ya que la bondad sólo puede comprenderla el corazón, cuyo lenguaje es absolutamente desconocido para la intelección.

Eduardo Garzón: «…enterrados por la fría lógica racionalista del capitalismo… »

El estado ególatra es un estado de supremacía que implica fuerza, coerción y doblegamiento, incluso, matanza. Así, la propiedad es una de las ilusiones que aportan mayor poder al ego, pues contribuye (aunque en realidad ilusamente) a solidificarlo. El absurdo consiste en que en verdad no somos dueños de nada. Y para más inri el ego es una mera proyección, de eventos retenidos sin ningún orden ni concierto, aunque uno mismo se mire tan superficialmente que le encuentre una lógica coherente a tal configuración psicológica establecida: “YO”. Así, convencidos hasta la médula de la realidad de ese yo interno, sintiéndonos dueños de títulos, alabanzas y envidiables recursos económicos y materiales, egoístas por estos mismos sentimientos de posesividad y estatus, entonces hablamos de bondad, equidad, y decimos que nos duele como está el mundo… Pero… “el negocio es el negocio”; nos justificamos puerilmente, pero sobre todo de forma salvaje.

De un estado ególatra, donde toda la actividad está dando vueltas alrededor del triunfo propio, aún cuando en ocasiones se consigue a través del grupo, pero sigue siendo propio, la resultante es obvio que sea una sociedad egoísta, pues básicamente es lo que promulga y defiende, aunque hable mucho de cooperación y solidaridad. De hecho, estamos viviendo en la crueldad que imprime el constreñimiento económico y de recursos para muchos, acompañado con las canciones de guerra y matanzas que se van organizando (de momento) en otras tierras, pero están ahí imparables. Y también está la continua guerra dialéctica a través de la que diferentes grupos luchan para desprestigiarse y destruirse todo lo que puedan con el fin de tomar el control del “sistema”, por no decir del “pastel”. A eso lo llamamos “democracia”. Y de toda esta competencia y aquelarre por la grandeza, sea monetaria o divina, todos estamos impregnados, pues aceptamos la imbricación psicológica que existe socialmente con la cultura heredada. Cultura, que en este sentido, es planetaria. El estado INEGOÍSTA sólo puede producirse cuando el egoísmo y su fuente el ego han desaparecido completamente. Y ese es el arduo trabajo, indudablemente si uno está verdaderamente interesado en averiguarlo, descubrir si ese estado de liberación del condicionamiento adquirido puede ser disuelto. Comprobar por uno mismo si un estado sin ego es posible.

Rico PAR 16-18/06/2013

Bibliografía y Fuentes